domingo, 13 de abril de 2008

Boca de entrada a la mina


Fueron descubiertas en 1.605 por Alonso Sánchez de Oviedo.
Empezaron a ser labradas por orden y permiso del Rey, en 1.632, cuando Francisco Núñez de Meleán desempeñaba la gobernación de Venezuela, pero sus antecesores García Girón y Francisco de la Hoz Berrío fueron los verdaderos pioneros y promotores de la explotación del cobre en ellas.
En la época colonial se designaban minas de Cocorote, a pesar de estar situadas en Aroa.
La explotación conoció un gran auge entre 1.630 y 1.660, período durante el cual se extrajeron más de 135.500 libras del mismo.
Por real cédula del 21 de agosto de 1.663, el Rey de España concedió “…en empeño y perpetuidad…”, las minas de cobre de Cocorote-Aroa a Francisco Marín de Narváez cuya hija Josefa sería la bisabuela del Libertador Simón Bolívar.
Francisco Marín de Narváez, era rico, poseedor de las fabulosas minas de cobre de Aroa.
A su muerte en Madrid en 1673, dejó un testamento que conmocionó a la familia Narváez, ya que en ese documento confesaba sus amores secretos con una “Doncella Indígena de Aroa”, de cuya unión nació Josefa Marín Narváez. Así dejó escrito en el testamento:
“Tengo una hija natural y por tal la reconozco nombrada Josefa, la cual hube en una doncella principal, cuyo nombre no mencionaré por decencia” Esta es la razón, por la cual, de los cuatro hermanos Bolívar, Simón Bolívar el Libertador, y su hermana María Antonia, heredaron las facciones mestizas de su bisabuela: pelo negro oscuro encrespado, piel canela, ojos negro azabache, y pequeña estatura; mientras que sus otros dos hermanos: Juana Nepomucena y Juan Vicente, mantuvieron el tipo vasco español, con pelo rubio, liso, ojos azules y mayor estatura. Rasgo que lo hace aún más representativo del gentilicio venezolano, no sólo por haber nacido en el país, sino por la sangre indígena que llevaba en sus venas el Libertador Simón Bolívar.
Petronila de Ponte y Marín, heredará de su madre (la doncella indígena), las famosas minas de cobre de Aroa.
Poco interesado en su explotación, Marín de Narváez, despojó las minas de Aroa de todos los bienes muebles que ahí se encontraban.
Virtualmente abandonadas por su dueño, las tierras de Aroa fueron progresivamente ocupadas ilegalmente.
A finales del siglo XVIII, tanto Juan Vicente Bolívar y Ponte como su esposa, Concepción Palacios, tuvieron que acudir ante el Rey y los tribunales para defender la propiedad de las minas amenazada por usurpadores que las beneficiaban sin su permiso.
A la muerte de Juan Vicente Bolívar y Ponte, el señorío de Aroa y las minas de Cocorote pasaron a ser, por herencia, propiedad del hijo mayor Juan Vicente Bolívar y Palacios.
Muerto éste en 1.811, las heredó su hermano Simón, pero los avatares de la Guerra de Independencia no le permitieron ocuparse de ellas hasta 1.823 cuando encarga a su sobrino, Anacleto Clemente, que averiguara el estado en que se encontraban.
En 1.824, el Libertador, por intermedio de su hermana, María Antonia, arrienda las minas a una compañía inglesa, la Bolívar Mining Association que las explota con éxito.
A partir de 1.826, el Libertador, quien a menudo piensa retirarse de la política, encarga a José Fernández Madrid y a Andrés Bello, ambos en Londres, la misión de vender las minas. Pero toda clase de complicaciones les impiden cumplir el encargo.
Varios de los ocupantes de tierras y minas de Aroa no sólo se niegan a desocuparlas sino que le ponen pleito al Libertador.
Bolívar sufrió durante los 3 últimos años de su vida “una mortal agonía”, pendiente de la venta de las minas que no pudo realizarse.
La cláusula 4ª de su testamento rezaba: “No poseo otros bienes que las tierras y minas de Aroa”.
Gracias a las rentas producidas por el arrendamiento de las minas, pudo el Libertador ayudar al abate de Pradt, al educador Joseph Lancaster, así como a varios parientes y amigos.
Esas minas fueron el símbolo de su desprendimiento y grandeza pero también de sus angustias y desconsuelos hasta los últimos días de su vida.
El 4 de febrero de 1.832, se firmó en Caracas el contrato de venta por la suma de 38.000 libras esterlinas entre los herederos del Libertador y los representantes de los señores Philipps y Robert Dent de Londres.
Al consolidarse la presencia inglesa en ellas, las minas de Aroa volvieron a conocer un período de prosperidad, convirtiéndose Aroa en el principal centro minero del país.
Entre 1.828 y 1.833, el número de casas en la localidad pasó de 157 a 670 y el número de habitantes de 812 a 4.460; en 1832 más de 200 ingleses trabajaban en Aroa; entre 1.824 y 1.836, se extrajeron aproximadamente 200.000 toneladas de mineral bruto.
El cobre se exportaba por Boca de Aroa y Tucacas, hacia Europa, específicamente al puerto de Swansea en el país de Gales (Inglaterra).
A finales de 1.832, un ingeniero inglés, John Hawkshaw, viajó a Aroa con el fin de llevar a cabo una serie de estudios sobre las minas, siendo el primero en pensar en el establecimiento de un ferrocarril para el transporte del mineral entre Aroa y Tucacas.
En agosto de 1.836, una partida de negros cimarrones asaltó las instalaciones de las minas, matando a los ingleses que ahí se encontraban.
Este trágico suceso, al cual se sumaban las muertes causadas por la insalubridad del clima y la malaria, llevó a la Bolívar Mining Association a suspender toda actividad en la zona.
Otra compañía inglesa, la Quebrada Land and Mining Company, reanudó los trabajos en 1.860.
En 1.877 quedó concluida la línea férrea Aroa-Tucacas, construida y operada por la Bolívar Railway Company Limited, subsidaria de la Quebrada; este fue el primer ferrocarril que tuvo Venezuela.
Entre 1.878 y 1.892, se explotaron más de 75.000 toneladas de cobre, siendo Aroa y su ferrocarril una inversión de alta rentabilidad.
Para 1.890, Venezuela era el 6º productor mundial de cobre; pero, a partir de 1.892, el agotamiento de las vetas cupríferas marcó el final de la era de prosperidad.
En 1.896, una nueva compañía inglesa, la Aroa Mines Limited, se encargaba de la explotación de las minas, pero sólo pudo iniciar nuevamente sus trabajos en 1.908 con resultados poco alentadores.
Casi inmediatamente, le traspasó su concesión a la South American Copper Limited, otra compañía inglesa, la cual reinició la explotación de las minas hasta 1.936, cuando prácticamente se paralizaron todos los trabajos.
En 1.955, la South American Copper le cedía su propiedad sobre las minas a la compañía venezolana La Providencia por Bs. 150.000, la cual, a su vez, la revendió al Instituto Venezolano de Petroquímica (IVP), en 1.956, por Bs. 2.600.000.

No hay comentarios: